El Diario de la Mañana - 23 de Octubre - Flipbook - Página 10
sociedad
El hastío que educa
Los jóvenes ya no
saben aburrirse
Por Juan Carlos
Blanco Sommaruga
“
Las personas más jóvenes no tienen tolerancia a emociones
como el hastío, no la
han desarrollado”, afirma
el psiquiatra español Javier Quintero. Su diagnóstico no apunta a una moda
pasajera, sino a un cambio profundo en la manera de vivir y sentir. En un
mundo donde todo está a
un clic de distancia, el
aburrimiento parece haberse convertido en una
emoción prohibida.
El fenómeno se observa en las aulas, en los
hogares y hasta en los
espacios de ocio. Los
adolescentes —y también muchos adultos jóvenes— viven inmersos
en una dinámica de estimulación
constante.
Cada notificación, video
o mensaje funciona como
una pequeña descarga de
dopamina que mantiene
la mente ocupada y entretenida, pero también
incapaz de detenerse. “El
cerebro necesita momentos de pausa para procesar, reflexionar y crear —
explica Quintero—, pero
hemos reemplazado esos
silencios por un flujo continuo de estímulos”.
La paradoja es evidente: cuanto más entreteni-
10 | Jueves 23.10.25 |
Psiquiatra español Javier Quintero.
miento hay disponible,
más insatisfechos parecen estar los jóvenes. La
incapacidad para tolerar
el aburrimiento se traduce
en ansiedad, irritabilidad
y una sensación de vacío.
No es casualidad que los
índices de malestar emocional entre adolescentes
se hayan disparado en la
última década. La inmediatez digital, sumada a
la presión por mostrarse
siempre activos y felices,
ha erosionado la capacidad de convivir con la
quietud y la espera.
El hastío, sin embargo,
cumple un papel esencial
en el desarrollo humano. Es en los momentos
de aburrimiento cuando
surgen la imaginación, la
Diario La
introspección y las ideas
nuevas. “El aburrimiento
es una emoción educativa”, dice Quintero. “Nos
enseña a tolerar el vacío,
a soportar la frustración,
a mirar hacia adentro”.
Aprender a aburrirse es,
en cierto modo, aprender
a pensar.
En los hogares actuales, los padres muchas
veces intentan evitar que
sus hijos se aburran: llenan sus días de actividades, pantallas o distracciones. Pero al hacerlo,
sin querer, los privan de
una herramienta emocional fundamental. La generación que creció con
YouTube, TikTok y Netflix
en el bolsillo nunca necesitó esperar demasiado: la
recompensa está siempre
disponible. Esa gratificación inmediata, repetida
hasta el exceso, termina
moldeando un carácter
menos resiliente ante la
frustración o el tedio cotidiano.
Algunos educadores
comienzan a revertir la
tendencia. En ciertos centros educativos se promueven “momentos de
desconexión”, espacios
sin celulares ni pantallas
donde los estudiantes deben leer, caminar o simplemente no hacer nada
durante algunos minutos.
El objetivo es simple pero
profundo: recuperar la capacidad de estar con uno
mismo.
El desafío no es me-
nor. En una sociedad que
valora la productividad
y el entretenimiento permanente, detenerse parece una pérdida de tiempo. Pero, como advierte
Quintero, “si todo lo llenamos de estímulos, no
dejamos espacio para que
aparezca el pensamiento
propio”.
Quizás el futuro de la
salud mental dependa
menos de nuevas aplicaciones y más de recuperar lo antiguo: el silencio,
la espera, la calma. En
ese territorio olvidado del
aburrimiento, donde nada
pasa y todo parece detenerse, puede esconderse
una de las formas más
auténticas de crecimiento
personal.