El Diario de la Mañana - 23 de Octubre - Flipbook - Página 18
salud
El mordisco invisible
“Vivir con el hábito de comerse las uñas”
por Maria
Arismendi
E
n la fila del ómnibus, en una reunión de trabajo
o frente a la pantalla del celular: ahí están los dedos, siempre
cerca de la boca. A veces es apenas un gesto
disimulado, otras, una
lucha abierta entre la
voluntad y la ansiedad.
Quien se muerde las
uñas no lo hace por descuido, sino porque algo
más profundo se activa
en ese acto tan pequeño
como persistente.
La onicofagia —ese
es su nombre clínico—
afecta a entre el 20 y
el 30% de la población
mundial, con mayor incidencia en adolescentes y jóvenes adultos.
Sin embargo, detrás de
esa cifra hay historias
cotidianas, nervios acumulados, frustraciones
contenidas y momentos
de soledad que encuentran escape en un gesto
repetido casi sin conciencia.
Martina, 34 años,
periodista, dice que lo
hace “desde que tiene
memoria”. “He intentado todo: esmaltes amargos, guantes, terapias.
Pero cuando estoy estresada o me concentro
en algo, ni me doy cuenta y ya tengo los dedos
destrozados. No es solo
una manía, es como si
me descargara”. En su
relato aparece el costado más humano de este
hábito: la necesidad de
control en un entorno
que muchas veces lo
quita todo.
Los
especialistas
coinciden en que co18 | Jueves 23.10.25 |
merse las uñas puede
ser un mecanismo de
autorregulación emocional. “El cuerpo busca calmar la ansiedad a
través del movimiento
repetitivo. Es una conducta que genera alivio
momentáneo, pero luego viene la culpa y el
daño físico”, explica la
psicóloga clínica Laura
Godoy. El círculo se repite: tensión, mordida,
alivio, culpa.
Las consecuencias
van más allá de la estética. La piel de los dedos queda expuesta a
infecciones bacterianas,
Diario La
hongos y heridas que
pueden complicarse. En
casos más graves, se
daña la estructura de la
uña e incluso el esmalte
dental. “He tenido pacientes con infecciones
profundas en los dedos
por morderse hasta sangrar”, cuenta un dermatólogo del Hospital de
Clínicas. Pero el problema no es solo corporal: la onicofagia también afecta la autoestima. Muchos evitan dar
la mano o mostrar las
uñas en público.
El fenómeno tiene
raíces en la infancia.
A menudo comienza
como imitación o respuesta al estrés escolar.
Los padres, desesperados, suelen recurrir al
castigo o la vergüenza,
lo que solo empeora la
situación. “Es importante comprender que no
se trata de falta de voluntad. Es un síntoma,
no un defecto de carácter”, apunta Godoy.
Superar el hábito
requiere tiempo y enfoque integral. Existen
terapias cognitivo-conductuales que ayudan
a identificar los disparadores emocionales y
reemplazar el acto por
gestos más saludables,
como apretar una pelota antiestrés o practicar
respiración consciente.
También se recomienda mantener las uñas
cortas y prolijas, aplicar
esmaltes protectores y
—sobre todo— trabajar
la relación con la ansiedad.
El avance de la neurociencia también aporta una explicación: la
conducta repetitiva activa circuitos cerebrales
de recompensa similares a los de otros comportamientos compulsivos. En otras palabras,
el cuerpo “aprende” que
morder alivia, y repetirlo se vuelve casi automático.
“Cuando logré dejarlo por unas semanas, me
sentí liberada”, cuenta Martina. “Pero basta
con una discusión o una
fecha de entrega para
que vuelva el impulso.
A veces pienso que mis
uñas son mi termómetro emocional.”
Quizás ese sea el punto: las uñas mordidas
hablan de un malestar
más hondo, de una tensión que necesita canalizarse. No son solo una
costumbre fea, sino un
lenguaje del cuerpo que
pide atención.
En un mundo que exige perfección y calma,
comerse las uñas es un
pequeño acto de rebeldía y de vulnerabilidad.
Es el cuerpo recordando
que la ansiedad no se
borra con voluntad, sino
con comprensión. Y que
detrás de cada dedo lastimado hay alguien tratando, una y otra vez, de
encontrar la manera de
calmarse.